Las telecomunicaciones en la nueva “normalidad”

El presente se convirtió intempestivamente en pasado y en un futuro que se anticipaba como posible pero todavía lejano. Se nos impuso el presente dejándonos impávidos. Nada volverá a ser como antes, en tanto no exista una vacuna que erradique la enfermedad Covid-19, como se ha erradicado la polio o la viruela. Lo que más se asemejará al presente, que quedó atrás, ahora podría ser una opción del futuro, pero aún así será diferente.

Un avance será desarrollar una vacuna, pero más grande será hacerla disponible para miles de millones de personas a nivel global. En tanto eso ocurre, la vida cotidiana, por lo que ahora se prevé, exigirá el uso generalizado del cubre bocas al salir de casa.

Los cines cambiarán completamente: la identificación electrónica que incluya el estado de salud sería indispensable para la entrada. En caso de que las grandes cadenas exhibidoras llegaran a sobrevivir, el distanciamiento social o “la sana distancia” hará que las cadenas de cines sean de menor escala, es decir, con un menor número de salas, pero mucho más amplias para cumplir con las nuevas regulaciones sanitarias que se emitan.

Aún en ausencia de regulaciones, habrá personas que no volveremos a una sala de cine por ser mayores de 55 años y/o por tener padecimientos crónicos, por tener mayor riesgo que otras personas. Pero los estrenos y el disfrute del cine se mantendrán y serán en los hogares vía plataformas de streaming. La sala de cine del pasado migrará y se quedará en la sala de la casa por algunos años. Algo semejante ocurrirá para los eventos deportivos que tradicionalmente eran masivos.

La impartición de justicia y todos los procedimientos ante las autoridades serán por vía electrónica o telepresencia. El teletrabajo será la forma dominante de empleo, las oficinas tendrán menos empleados presenciales y las oficinas serán más amplias para continuar la debida distancia, por lo que los empleados realmente no regresarán a sus oficinas en forma semejante a las que dejaron en marzo de 2020.

Lo anterior hará que disminuya la demanda por espacios físicos y reasignará inmuebles para otros usos. La caída en la demanda por espacios disminuirá el precio de los bienes raíces en áreas que eran de alta densidad de personas por metro cuadrado para usos corporativos y se privilegiarán los usos donde los espacios puedan ser amplios.

Y qué decir de los espacios educativos en todos los niveles: los salones de clases con alumnos “codo con codo” y saturados de “calor humano” será algo del pasado. La educación migrará a un modelo híbrido de presencial y “en línea”, por lo que la matrícula podrá crecer sin estar limitada por el espacio físico; será el modelo en los niveles de educación media superior y superior.

La atención médica de pacientes de primer nivel será por telemedicina, sin que requieran una consulta en forma presencial para abrir el expediente clínico y obtener su primer diagnóstico, ahorrando tiempo y espacio en los centros de salud y hospitales cuyos recursos serán destinados a la atención de pacientes referidos por medio de la telemedicina.

¿Desaparecerá el uso del efectivo por razones sanitarias? El manejo de efectivo es un vehículo de contagio dado que el SARS-CoV-2 sobrevive en papel por 2 a 3 días. Se preferirá el uso de medios de pago electrónicos[1] y se evitará acudir al banco como en el pasado se hacía. Para eso la seguridad de los medios de pago deberá ser cierta con 99.99 por ciento de confiabilidad. Se dejará de usar efectivo, no por razones fiscales sino por el riesgo de contagio que significa, la masificación de puntos de venta con pagos electrónicos será casi universal.

Lo dicho anteriormente, y muchos cambios más, solo podrán ser posibles por medio de una infraestructura de telecomunicaciones robusta, amplia en cobertura, es decir, suficiente en capacidad y con una penetración con niveles semejantes a los servicios de agua potable y electricidad.

La carencia de acceso a banda ancha significará el aislamiento de todas las oportunidades de educación, esparcimiento, compraventa, trabajo, salud, entre otras.

La actual transmisión de clases por televisión abierta nos remite a las experiencias de Telesecundaria que inició en México en el siglo pasado, a finales de los años sesenta, y que el pasado mes de marzo cumplió 51 años. La diferencia entre aquellos años y el presente es que la transmisión ahora es en color y en señal digital, pero sigue siendo unidireccional, cuando debiera ser el uso de una plataforma educativa por banda ancha la idónea, dado que ofrece mayores ventajas pedagógicas por la virtud de ser bidireccional, pues la participación en clase y la interacción con los maestros es fundamental para el aprendizaje. Es tiempo de migrar la Telesecundaria y de ahí hacia la educación media superior a plataformas de banda ancha. ¿No podemos superar el modelo de educación a distancia de los años setenta?

No es ningún mérito el que se abran canales digitales (multiprogramación) en la actual pandemia, es lo mínimo que se debería de hacer para no perder el año escolar y tal vez el subsecuente, pero tampoco es conveniente regresar a clases con la misma infraestructura educativa del pasado (principios de marzo), así como con las mismas costumbres y aglomeraciones laborales de las típicas oficinas mientras el SARS-CoV-2 siga estando presente y estemos sin inmunidad.

Por lo que se anticipa, se transformará en un padecimiento endémico como la influenza estacional, pero que puede cobrar un mayor número de vidas por el mayor espectro de daño que no se limita al sistema respiratorio. Mientras los planteles escolares se adaptan, o eventualmente llega la vacuna, las clases en línea serán el formato dominante.

La nueva normalidad exige un cambio normativo en telecomunicaciones. El sexenio pasado sólo diseñó una ley con propósitos regulatorios y de política industrial en telecomunicaciones con una visión de túnel dirigida al tamaño relativo de los concesionarios. Dicho marco legal ha sido inútil para responder a las actuales circunstancias, no digamos las del futuro inmediato.

La transformación debe de transformar la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión actual, la cual desde su concepción desdeñó, marginó o excluyó mecanismos de cobertura social, de incentivar la inversión en áreas de elevado costo y baja rentabilidad privada pero elevada rentabilidad social, y que nunca se impusieron obligaciones de cobertura social a los nuevos concesionarios. Inhibió la inversión en infraestructura física aplicando el criterio de “preponderancia” que sólo consumió recursos de un solo operador que bien pudieron ser encausados en mayor infraestructura para cerrar las brechas digitales tanto geográficas como de ingreso.

Otro ejemplo de lo inútil que ha resultado la regulación es que mandató la separación funcional para poner a disposición toda la misma red de siempre. En lugar de incentivar la inversión en infraestructura y en cobertura, incentiva al resto de los operadores a no invertir, castigando al que sí ha invertido. Mientras tanto, el resto de las redes sólo se comportaron y se siguen comportando como buscadores de rentas ante un indiscriminado apalancamiento regulatorio a su favor. Ahora la brecha de cobertura y de acceso amenaza con convertirse en aislamiento en todos los aspectos económicos y sociales ante la pandemia.

A nivel global la banda ancha se ha desempeñado mucho mejor de lo esperado. Ha sido el gran recurso para librar en cierta magnitud el impacto en los hogares y en la economía como un todo del confinamiento domiciliario, incluso evitó que el PIB cayera todavía más debido a que mantiene a ciertos sectores de la economía activos por medio del comercio electrónico y los servicios por plataformas.

De hecho, las redes tienen un mejor desempeño que la distribución de equipo hospitalario básico ante la pandemia (v.gr. equipo de protección personal como cubrebocas N95 y demás). Ver a las familias usando un dispositivo móvil en una videollamada con su familiar aislado dentro de un hospital por ser paciente de Covid-19, y que en ocasiones es la última oportunidad de verle con vida, nos debe de provocar la reflexión de lo que hemos avanzado y de lo básico e indispensable que son las telecomunicaciones en todo momento y lugar.

En Estados Unidos el tráfico de banda ancha aumentó entre 20 y 30 por ciento a partir de mediados de marzo respecto de semanas inmediatas anteriores. Ninguna infraestructura aérea, de transporte de carga terrestre o de pasajeros hubiera podido incrementar su capacidad entre 20 y 30 por ciento en unos días para enfrentar sin contratiempos tal incremento en la demanda. Lo anterior muestra en forma clara que NO es necesario regular ex ante y en exceso, y que en algunos países como Estados Unidos el que no hubiera desagregación de red o demanda por tales elementos desagregados no significó desventaja alguna en el momento de la prueba.

Llegará el momento de comparar el desempeño entre países de Europa que pasaron por el error de la desagregación de red, pero debido a que relajaron las regulaciones para incentivar el crecimiento de las redes de nueva generación libraron el “cuello de botella” por falta de inversión en fibra que les esperaba en 2020.

Hazlett[2] lo expone con precisión: los temores por tener tráfico prioritario por virtud de la integración de redes con desarrolladores de contenido resultaron infundados dado que han demostrado que tales acuerdos aparentemente “no neutrales” sólo incentivan la inversión en capacidad y desempeño de las redes y no tienen como objeto desplazar a otros proveedores de contenido.

Reflexionemos: lo desolado que puedan parecer las calles no significa que no haya transacciones o interacciones personales, solo se han mudado a las redes de telecomunicaciones, que ahora llevan lo que la pandemia nos quiso quitar, pero que no lo logró, debido a lo vibrante del tráfico digital que ahora lleva nuestras vidas en impulsos de luz.


[1] https://www.dailymail.co.uk/news/article-8088067/Coronavirus-spread-cash-warns-WHO.html

[2] Hazlett, T.W., “The Pandemic that didn´t break the Internet”. Disponible en: https://www.city-journal.org/america-robust-information-infrastructure, 7 de mayo de 2020.