El universo de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones se encuentra en constante cambio. Al igual que el clima se transforma con los años, el pastor renueva a su rebaño y el pájaro reemplaza su nido, dirían Julio Numhauser y Mercedes Sosa. Por lo tanto, entre tantas variaciones no es extraño que cambien, también, los entes reguladores del sector telco.
Estos cambios, sin embargo, pueden ser de distinta naturaleza. Algunos son superficiales, externos o meramente nominales. Como una hipotética “Agencia de Telecomunicaciones” que pasa a llamarse “Agencia TIC”. Aunque con un nuevo nombre y apariencia institucional, las funciones regulatorias permanecen prácticamente inalteradas, conservando el fondo, aunque cambiando la forma.
Otras veces, el cambio es más profundo. Es una auténtica metamorfosis que transforma la institución desde su esencia. Tan radical como la que experimentó Gregorio Samsa en “La metamorfosis”, la novela del checoslovaco Franz Kafka. De un día para otro, pasó de ser un vendedor de telas a un insecto gigante.
Algo similar, aunque menos bizarro, parece estar ocurriendo en Chile con la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel). Aunque sigue llamándose “Gregorio Samsa”, su identidad institucional ha sufrido cambios profundos que la convierten en algo distinto. La misión y funciones de la Subtel han sido gradualmente transformadas.
La biografía de la Subtel
La Subtel, nacida en 1977 durante el régimen militar, surgió con una misión integral y amplia: regular un sector conformado, en ese entonces, por la telefonía fija y otro puñado de servicios de conectividad.
A lo largo de las décadas, sus atribuciones crecieron de manera significativa, producto de continuas reformas legales. Entre sus hitos destacan la creación de un fondo para fomentar la infraestructura digital (1994), la protección de la neutralidad de la red (2010) y la defensa de los derechos de los usuarios (2012), entre otras nuevas funciones.
Sin embargo, en los últimos años, la Subtel vive una suerte de deconstrucción de su identidad institucional, fragmentándose sus responsabilidades. Ello obedece al surgimiento de ciertas agencias y órganos públicos especializados que desplazaron la Subsecretaría de algunos roles.
Ciertamente, no en sus papeles fundamentales, pero sí en algunos capaces de adelgazar notoriamente su musculatura. Con ello, la Subtel ha quedado ubicada entre el grupo de organismos de menguada autoestima, cuya timidez los hace privilegiar el “pedir permiso” antes que el “pedir perdón” en la toma de decisiones.
Los nuevos “halcones” regulatorios
En concreto, el regulador de telecomunicaciones ha visto fragmentadas y repartidas sus competencias en al menos cuatro “halcones” institucionales: el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac), el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia (TDLC), la Agencia Nacional de Ciberseguridad (ANCI) y la Agencia de Protección de Datos Personales (APDP).
Primero, el Sernac. Si bien su creación fue en 1990, es en 2018 cuando asume mayores potestades en la defensa de los consumidores de servicios telcos. En realidad, la quitada de protagonismo a la Subtel no ha sido tanto en el plano legal, sino en el universo de los símbolos, del imaginario colectivo o de la percepción pública.
Cuando alguien tiene hoy un problema con una empresa telefónica, piensa primero en el Sernac y no en la Subtel. Sin embargo, la Subsecretaría sigue teniendo la sartén por el mango para resolver los conflictos entre usuarios y empresas. El Sernac podrá terciar o mediar en los conflictos, pero quien finalmente conserva la potestad resolutiva es la Subtel.
Segundo, el TDLC. Por mandato legal, la Subtel tiene la responsabilidad de proponer políticas regulatorias para el sector de telecomunicaciones. Esto abarca la regulación de servicios, la gestión del espectro radioeléctrico y el impulso al desarrollo de redes, entre otros aspectos. Sin embargo, desde hace años, esta labor ha sido limitada por el papel protagónico que ha asumido el TDLC. Es frecuente que “meta la cuchara”.
Cualquier intento de la Subtel por establecer directrices regulatorias —sea en el uso de bandas, reordenamientos espectrales o ajustes de concesiones— suele ser impugnado por las empresas ante ese tribunal. Y esta magistratura, junto con la Corte Suprema, termina tomando las decisiones claves para el sector. Esta falta de deferencia técnica hacia la Subtel es notoria, casi humillante. En la práctica, la Subsecretaría se ha convertido en un león sin dientes ni garras, incapaz de imponer directrices sin el nihil obstat judicial —el visto bueno.
Tercero, la ANCI. Con la reciente aprobación de la Ley Marco de Ciberseguridad en 2024, la Agencia Nacional de Ciberseguridad ha asumido un rol central en esta materia. Ella desplazó a la Subtel de un ámbito en el que históricamente marcaba pautas técnicas. Cabe recordar que, en 2020, la Subtel emitió una norma técnica de ciberseguridad que sirvió como referencia para sectores tan diversos como minería, energía y juegos de azar, entre otros.
Sin embargo, la nueva legislación ha otorgado a la ANCI la autoridad principal en seguridad informática, dejando a la Subtel como un actor secundario en un terreno donde antes gozaba de la última palabra.
Y cuarto, la APDP. Esta asumió la protección de los datos personales con bombos y platillos. Incluidos los datos recolectados por los operadores telcos, cuya regimentación correspondía antes a la Subtel. Pero ahora, cuestiones como la información asociada al tráfico de voz e Internet, cuya georreferenciación, por ejemplo, permite develar hábitos o comportamientos personales, terminaron como feudo inexpugnable de la agencia de datos. La Subtel ha debido hacer el duelo de esta pérdida y vestir de riguroso luto.
En resumen, la Subtel enfrenta un panorama en el cual sus competencias han sido fragmentadas y transferidas a diversos organismos. A esta situación se suma el maltrato fáctico, como el limitado presupuesto que recibe anualmente del gobierno.
Esto se evidencia en decisiones como la falta de financiamiento para el subsidio a la demanda durante 2025. El escenario, lejos de ser alentador, refleja un desamparo institucional que invita a una reflexión profunda sobre su futuro. Nacida como halcón, la Subtel es hoy una paloma más del montón.
Oportunidad de rehacer la vida
Con todo, la metamorfosis no sólo le quita el cuero viejo a la culebra, sino que le aporta nuevas escamas, pigmentos y surcos longitudinales. En síntesis, una fisonomía distinta. Para evitar caer en la irrelevancia, la Subtel no debe lamentarse de la exuvia perdida por la usurpación de potestades. Más bien, tiene que apuntar a nuevas áreas desreguladas y emergentes que demandan atención regulatoria. O sea, salir jugando a la cancha.
En efecto, existen ámbitos de la infraestructura digital y de los servicios digitales que operan sin un marco claro de supervisión. Por ejemplo, los datacenters y los proveedores de servicios OTT. Andan por ahí como ovejitas sin pastor. Pues bien, estos sectores en expansión pueden ser los nuevos frentes en los cuales la Subtel encuentre un propósito renovado. Estos “territorios inexplorados” podrían convertirse en el nuevo campo de acción de la Subtel, permitiéndole no sólo recuperar protagonismo, también redefinir su misión.
Ahora bien, y más allá de áreas específicas, la Subtel tiene la oportunidad de posicionarse como un actor clave en la gobernanza del ecosistema digital. La idea no suena tan descabellada si miramos la apuesta realizada por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). Esta, desde hace algunos años, decidió expandir su misión más allá de las comunicaciones digitales, incluyendo también al sector tecnológico. Así, sin ser tonta ni menos perezosa, la UIT reglamenta hoy la totalidad del universo TIC.
Con este cambio en el modo de pensar, no sólo en lo superficial sino también en lo profundo, la Subtel puede evitar transformarse en un marginado y problemático insecto, como en la obra de Kafka. Es decir, una institución pública en decadencia, que vive sus días ignorada o, peor aún, fagocitada por algún organismo público más avispado. Como decía O´Higgins, el padre de la patria chilena: hay que vivir con honor o morir con gloria. ¿Qué camino escogerá el regulador chileno?