El Comercio Yadira Trujillo Mina
‘Mi hijo Daniel, de 9 años, está en cuarto de básica. Perdió las ganas de estudiar virtualmente y yo perdí la batalla en esa lucha por hacer que le guste. Es más difícil para unos que para otros, porque cada situación es diferente y las familias tenemos maneras distintas de enfrentar esta nueva realidad.
Hace un año empezamos con clases virtuales. Daniel es hijo único y no tenemos la facilidad de que comparta con más niños. Eso, en este punto, le afecta incluso en lo académico.
Al principio pensamos que poco a poco nos adaptaríamos, pero con el tiempo mi hijo presentó problemas de atención. Para él es mucho más difícil concentrarse una o dos horas en una clase, peor pasar cinco frente a la computadora. Tiene sesiones virtuales de 08:00 a 12:30, con recesos de 10 minutos entre cada una.
Los colegios han tratado de alcanzar su objetivo. El de mi hijo es muy enfocado en inglés, esto creó una dificultad, una condición que ya no va para nada con la necesidad de mi hijo. Se distrae tres veces más al no entender completamente el idioma y no se concentra. Al ser un 80% del currículo en inglés, él tiene problemas en absolutamente todo.
Pedí ayuda al colegio y nos la dieron por medio del Departamento de Consejería Estudiantil (DECE). Se han portado muy bien, no me quejo; sin embargo, lamentablemente la ayuda que recibimos no es suficiente.
Yo no soy profesora, no sé cómo hacerle entender y no quiero dañar la buena relación que tengo con él. A mí se me va la vida desarrollando paciencia, buscando enseñarle, porque no tengo mecanismos.
Poco a poco, mi hijo ha perdido las ganas. Todos los días son el peor día de su vida. Me dice: ‘Mami, no quiero tener clases, no me pongas frente al computador otra vez, estoy harto’.
Contratamos una tutora para que con mecanismos pedagógicos pudiera ayudarle. Ella admite que es super difícil que Daniel se concentre. Por eso se frustra, se pone triste, apaga el equipo y cuando no me doy cuenta se va.
Decidimos ya no presionarle más, después de algo que me impactó mucho. Esta nueva realidad para él, que pasa por lo emocional, incide en su rendimiento.
Hace un mes organicé un juego con unos amigos, con todas las medidas de bioseguridad para tratar de que comparta con sus pares. Mi hijo vio a tantos niños y enseguida me abrazó y me confesó: ‘Mamá, ya no sé cómo hacer amigos’.
Eso me parte, porque ya no es cuestión de estudios, es lo social. Antes se hacía amigo de todo el mundo y ahora tiene miedo. Es muy doloroso para mí.
No es culpa de nadie. Para él ha sido muy duro. Nosotros tenemos voz, redes sociales, pero mi hijo no. Es lo que le ha tocado y sufre en silencio.
Quizá ya este será un año perdido, pero no importa. Nos vamos a concentrar en que su salud mental esté bien. Trataremos de sacar lo mejor de este tiempo, aunque ha sido muy malo.
Ahora, cuando veo que se sale de la clase virtual trato de pedirle de la mejor manera posible que se conecte y si no quiere, no insisto, y buscamos otra actividad pero eso también es limitado.
El colegio está al tanto. Saben que hay niños que tomaron muy bien las clases virtuales y otros, como mi hijo, que perdieron las ganas. En su acompañamiento me piden no presionar, que le motive, aunque el esfuerzo que haga sea mínimo.
Me dicen que si una clase dura 40 o 50 minutos y Daniel permanece quieto durante 30, le felicite. Y no le pida más. Que si tiene que hacer un deber y no lo completa bien, no importa, que le deje saber que valoro su esfuerzo.
Sin embargo, ha pasado tanto tiempo que él ya no encuentra más motivación y se siente aburrido.
Sé que cada familia tuvo la libertad de elegir la modalidad para sus hijos. Una era el ‘homeschooling’. No la escogimos porque pensamos que el retorno podría darse pronto, pero se sigue prolongando.
Además, en esa modalidad los padres tienen que estar 100%. Nosotros no podemos hacer eso, porque los dos trabajamos y no sabemos cómo enseñar.
Sin embargo, si es que seguimos en la virtualidad, en este punto sí sería una opción la educación en casa para el próximo año escolar. Nos queda claro que lo virtual no funciona para nuestro niño. Y lo haríamos en español.
No me atrevo a decir que la metodología del colegio esté mal, porque en realidad solo ocurre que no es la adecuada para mi hijo. Y un plantel no puede adaptarse a cada niño. Yo no sabía que mi hijo no se acostumbraría a esto.
Si hubiera la posibilidad de volver a las clases presenciales yo estaría de acuerdo. Confío en las medidas implementadas por el colegio y también en que mi hijo las cumplirá. Los niños son más disciplinados que los adultos.
Por el momento, los días pasan entre el teletrabajo, la teleeducación, ser mamá y ser amiga, porque Daniel no tiene amigos. Soy la única persona con la que puede jugar”.