Chile: el número de jugadores móviles en la cancha 

La selección chilena de operadores móviles muestra signos de concentración de mercado. De un equipo con cinco jugadores en plantilla hace unos años, actualmente sobreviven cuatro. Pero, tras una serie de eventos desafortunados, quizá la selección local termine el año con sólo tres delanteros.

La explicación clásica subraya las altas barreras de entrada que tiene la industria de telecomunicaciones. Como la necesidad de grandes inversiones en infraestructura, además de un alto nivel de ventas que haga rentable el negocio. Pero hay factores adicionales que determinan la reducción del plantel. Entre ellos, los problemas de sostenibilidad financiera del sector, el engrosamiento de la capa regulatoria y el rápido avance de las tecnologías a nivel global.

La concentración del mercado inalámbrico es un riesgo para la libre competencia, aunque no su sentencia de muerte. Porque, a veces, menos jugadores no significa una menor competencia. Posiblemente, la lucha en la cancha fue de tal intensidad que sólo dejó en pie a los mejores. Y eso no es malo per se.

Una mesa mezquina

El mercado de la oferta móvil se parece a una mesa con distintos comensales sentados a su alrededor. Desde hace un tiempo, pareciera que la mesa quedó chica para tener congregados a tantos operadores apetentes de clientela. Pero hay algo peor. El anfitrión decidió expulsar del puesto a convidados, que ya habían iniciado los primeros tiempos del menú. 

En efecto, el destierro del comedor tiene sus víctimas. Entre ellos, la empresa VTR que, tímida en el mercado móvil, roncaba fuerte en el segmento fijo. Eso sí, quedó en jaque por el incremento de la demanda de tráfico durante la pandemia. En 2021, con un valor de marca debilitado, VTR celebró una joint-venture con la firma Claro para levantarse nuevamente. No obstante, hace unos meses, la filial de Liberty optó por diluir su participación accionaria en la empresa conjunta. Con ello dejó a la hija de América Móvil con las riendas absolutas del negocio, mientras ella —VTR— se entregó a dormir el sueño de los justos. 

Otro caso de expulsión del convite pudiera ser la eventual quiebra de WOM. En medio de su reorganización judicial en Delaware, la compañía renunció a sus concesiones en la banda milimétrica (26 GHz). Todo para aligerar un barco que, contra viento y marea, lucha por mantenerse a flote. El tiempo dirá si WOM concreta su éxodo de la mesa o, quién sabe, se transfigura —porque lo que no mata, fortalece. 

La compleja ecuación numérica

Como anunciamos al inicio, el número de operadores relevantes en el mercado de telecos móviles ha sido inconstante. Hasta 2014, Chile contó con cinco empresas de renombre compitiendo por los clientes de telefonía y datos, aunque con diferentes market share

Eran Entel, Movistar, Claro, VTR y Nextel (comprada después por WOM, en 2015). Sin embargo, por esas cosas de la vida, el número de operadores relevantes decreció a cuatro: Entel, Movistar, Claro y WOM.

Al respecto, esta “tetrarquía” —con cuatro liderazgos— no es una idea del mercado, sino de la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel) y de los órganos jurisdiccionales. Durante la discusión sobre los límites o caps de espectro radioeléctrico en 2018, la Subtel se la jugó ante el tribunal de la competencia por una estructura económica sectorial de cuatro operadores creíbles. Basada en un importante estudio de la Universidad de Chile, la idea sonó razonable para el minuto. De hecho, la arena competitiva tenía enfrentados a cuatro agentes económicos —robustos y lozanos. 

El tribunal de la competencia se entusiasmó con la idea y, más tarde, la Corte Suprema. Ésta mandató judicialmente al regulador a propiciar un esquema de “cuatro operadores móviles reales creíbles”. Sin embargo, la tendencia del mercado móvil a concentrarse pone en tela de juicio el sueño de la tetrarquía. 

De hecho, la mano invisible de la economía, predicada por Adam Smith, parece estar acariciando un triunvirato industrial por estos días. La mano translúcida parece apuntar a uno de los cuatro operadores y decirle: “¡Salga de mi mesa!”. 

Los chasquidos de la mano

La mano invisible es paciente, porque debe soportar los malos ratos que algunos agentes económicos le hacen pasar. Como WOM, con su comportamiento díscolo y de “enfant terrible” del mercado. Para muestra, tres botones.

Primero, cuando WOM irrumpe en el mercado en 2015, tras la compra de Nextel, decide bajar abruptamente los precios de los servicios de conectividad. Algunos comentan que la novel teleco jugó con fuego al arriesgarse a que algún competidor lo acusara de prácticas predatorias. Como ello no sucedió, los tres actores dominantes debieron sumarse a la rebaja de tarifas, con los dientes apretados.

Segundo, WOM emprendió una campaña de denostación contra Claro, Movistar y Entel, a cuyo conjunto denominó con la marca ficticia “Clavistel”. Según la compañía morada, “Clavistel” había decidido acaparar el espectro radioeléctrico, como quien se lleva el balón a su casa para no dejar jugar al resto. Igual que Kiko cuando refunfuñaba contra el Chavo del 8 y la Chilindrina al perder en el juego. Así, quienes quieren seguir jugando —como WOM, interesado en adquirir el insumo— quedan impedidos de hacerlo. Al respecto, una cosa es la sana competencia y otra diferente es la denostación corporativa. 

Un tercer mal rato para la mano invisible ocurrió cuando la Subtel quiso cobrar a WOM unas garantías por 50 millones de dólares. Estas cautelaban el cumplimiento, en tiempo y forma, del despliegue de 5G y del proyecto Fibra Óptica Nacional. Cualquiera que es pillado con las manos en la masa, paga calladito. 

Pero ante la cobranza de la Subtel, WOM, visiblemente ofendido, arrastró al Estado chileno a razonar una solución ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (Ciadi). “Acúsalo con tu mamá, Kiko”, pareció escucharse decir a Popis.

Estas tres prácticas de WOM, al filo de la juridicidad y del orden público económico, colmaron la paciencia de la mano invisible, quien también es rencorosa. Por eso, bastó un solo chasquido suyo para remecer el mercado en su composición estructural. Las faltas a la disciplina mercantil se pagan caro ante la excelentísima mano. 

Un nuevo contexto de mercado 

La literatura económica constata muchas cosas. Una es que los mercados de telecos, en naciones desarrolladas, están compuestos de dos o tres actores que llevan la batuta. Esto se debe a que las telecomunicaciones son una industria con altas barreras de entrada, principalmente por ser intensivas en capital y tener puntos de equilibrio altos. 

La economía regulatoria sugiere que, en estos casos, lo óptimo es tener pocos operadores, pero con un regulador que los tenga “entre ceja y ceja” para evitar abusos. Esto significa un monitoreo permanente por parte de las autoridades de libre competencia, de protección al consumidor y de telecomunicaciones.

Según el índice Herfindahl-Hirschman (HHI), numerosos países europeos presentan una elevada concentración de mercado en telecomunicaciones y en otras industrias de red. Sin embargo, los actores dominantes presentan un alto grado de intensidad o rivalidad competitiva. Desde cierto ángulo, es una buena noticia que los jugadores más solventes sean los que sobrevivan, ya que tienen las espaldas necesarias para mejorar las prestaciones al usuario. 

Mirado el caso chileno, un eventual esquema de mercado trinitario —con Entel, Movistar y Claro— no significa, necesariamente, una vuelta al paleolítico. Es decir, un retroceso a los tiempos previos a WOM (2015), cuando la rivalidad competitiva era débil; la innovación, escasa; los servicios, caros; y la calidad de las conexiones, mediocres. Mi conjetura se funda en que desaparecieron las condiciones basales que, hasta 2015, mantuvieron adormilados —“echados en los huevos”— a los tres grandes operadores de entonces.

Desde luego, la competencia ya no se basa en las redes de cada operador, sino en los servicios que entrega. Hace diez años, la diferenciación entre empresas se basaba en quién tenía el mayor número de líneas y sitios para cubrir la mayor cantidad de usuarios. Hoy, en cambio, el principal distintivo de las compañías radica en quién ofrece precios más convenientes, mayores velocidades y prestaciones adicionales más útiles (servicios en la nube, IoT, redes sociales gratis, etc.). Ahora no se requiere una red propia para poder disputar el mercado de servicios.

Enseguida, la desintegración vertical entre el operador de redes y el proveedor de servicios detonó una pléyade de nuevos actores que pueblan el ecosistema. Pululan torreros, cableros, usufructuarios, gestores inmobiliarios, ISP, OMV, revendedores, operadores satelitales, nuevas comunidades de telecomunicaciones, etcétera. 

De esta manera, la simplificación de la cadena de valor del ecosistema telco se complejizó, por un lado, y se enriqueció, por el otro. Quien ahora pone la música en la fiesta no es un solo DJ, sino que varios deseosos de tocar sus mezclas. 

En fin, el paradigma del operador “telefónico” cambió por uno de empresa multiservicio. Esto obedece a la mayor convergencia entre los mundos TI, medios y telecomunicaciones, que desdibujó sus fronteras tradicionales. En el mundo telco, la tríada Claro, Entel y Movistar conocía de memoria las reglas y jugadas. 

En cambio, ahora diversos proveedores de voz, datos, acceso a Internet, televisión por cable, alojamiento en la nube, etcétera, compiten casi de igual a igual, bajo las mismas reglas. En este mercado relevante mucho más grande, se pone difícil para uno o más jugadores conseguir la posición monopólica u oligopólica.

La difícil cifra mágica

¿Cuál es el número ideal de jugadores relevantes en el mercado? ¿Qué estructura permite una competencia saludable y sostenible entre telecos? Son preguntas simples con respuestas complejas. 

Como sea, cualquier proceso de cambio deja ganadores y perdedores. No es raro, entonces, que la mano invisible mantenga a unos sentados en la mesa y a otros operadores los expulse sin misericordia. 

¿Cuánto habrán merecido los réprobos —los expulsados del convite— la mala suerte que les tocó? ¿Influyó su comportamiento ético en el desenlace? ¿Puede un actual pecador hacer penitencia y enmendarse a tiempo? 

Sólo la todopoderosa y omnisciente mano invisible puede saberlo.

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