Cada cierto tiempo es común que en la industria de las telecomunicaciones y de tecnología en general, surja algún concepto, elemento, marca o tendencia que moviliza, impulsa la discusión, genera análisis y se elaboran proyecciones sobre un futuro mejor. Y tal como se inició a mediados del año pasado, durante este 2019 se pronostica que 5G será el tema de moda.
Así lo podemos apreciar en eventos como el Mobile World Congress que se desarrolla año a año en esta época en Barcelona, y en donde el tema central son las posibilidades de uso de esta nueva tecnología. Se realizan debates, se invita a expertos, autoridades, se muestran diseños de productos y velocidades teóricas de laboratorio.
Esa es la magia de 5G, que permite grandes anuncios, coordina opiniones, imagina un mundo interconectado, se visualizan grandes avances y penetraciones en múltiples campos como vehículos autónomos conectados, telemedicina avanzada, Internet de las cosas (IoT), e-learning, robótica, drones y más. Sin embargo, soy de los que cree que, como dice un refrán que ocupamos en Chile, no es bueno “colocar la carreta delante de los bueyes”.
En términos simples, no es correcto precipitarnos en los proyectos, olvidándonos de ser realistas. Invertir el orden lógico y razonable de las prioridades también sería un efecto no deseable. Así, antes de hablar de 5G, debemos pensar previamente que se necesita seguir avanzando o desarrollando para que esta tecnología esté realmente presente a nivel mundial y en cada uno de los países en los que vivimos.
Es un hecho que aún la Unión Internacional de Telecomunicaciones no define la norma para los sistemas móviles 5G y se proyecta que este año se fijarán la recomendaciones respecto de la parte del espectro radioeléctrico que pueda ser utilizada en esta tecnología.
Por otro lado, cuando hablamos de infraestructura habilitante para nuevos servicios móviles en 5G, existe un consenso respecto a que se tomará como base las que ocupan tecnologías anteriores (2G, 3G y 4G). Sin embargo, es un dato realista que 4G aún está en etapa de expansión, de ofrecer índices de cobertura y calidad de servicios ideales para las proyecciones que se tuvieron al momento de promoverla y que las inversiones necesarias para el despliegue de un futuro 5G deben tener en consideración esta ausencia de soporte, que se traslada también a otras tecnologías como presencia real de fibra óptica en radioestaciones.
Paralelamente, existe la problemática que muchos países y sus respectivos reguladores, especialmente de la región de América Latina, tienen respecto a las frecuencias disponibles. Podemos observar que en muchas naciones existen bandas que se estarían definiendo para ser utilizadas para 5G y que hoy están parcial o completamente ocupadas por otros servicios (probablemente menos eficientes), que se encuentran previamente subastadas, concesionadas o utilizadas por terceros y en las cuales es necesario un trabajo conjunto entre las autoridades y los titulares de dichas porciones de frecuencia para realizar un despeje, limpieza y preparación del espectro para futuros usos en la nueva tecnología.
Finalmente, y en un punto no menor, es que aún no existe una tendencia clara y precisa respecto a desarrollo de nichos de negocios específicos. Es así como Nokia, en su estudio Índice de madurez 5G, desarrollado junto a Analysys Mason, menciona que dos tercios de los operadores prevén que las nuevas redes generen nuevos ingresos: los casos de uso más mencionados fueron conectividad móvil multi-gigabit, vehículos conectados y autónomos, monitoreo crítico de salud y servicios para el hogar conectado. El 70 por ciento de los consultados, en tanto, dijeron estar enfocados en usar 5G para mejorar servicios para el consumidor ya existentes. Por tanto, aún no existe una posición clara y transversal que permita resolver una incógnita fundamental para cualquier empresa de telecomunicaciones: responder cómo monetizar 5G.
Es por tanto una obligación de todos los actores intervinientes en este proceso de maduración e implementación de un cercano 5G, que exista una mirada previa, analítica, concreta y realista sobre el estado del arte en cada uno de los países.
Sólo para ejemplificar, en Chile, tras el cambio de gobierno, y específicamente en julio del año pasado, se dio el puntapié inicial para avanzar en estos temas, por medio de una consulta pública, la cual incluyó una hoja de ruta de implementación de 5G en Chile, dentro del denominado “Plan Nacional 5G”. En ella, se fijaron diversos hitos, pero destacando que según proyecciones del organismo regulador de las telecomunicaciones, en 2019 se iba a elaborar la norma técnica para 5G, se iban a presentar las bases y se iba a llamar a concurso de licitación, proceso que iba a terminar directamente con una adjudicación, comenzando el inicio de servicio en 2020.
Cualquier persona medianamente informada respecto de los avances de 5G a nivel mundial, sabrá que existe una ausencia de sentido de la realidad en dicha hoja de ruta, más si sumamos el hecho de que existen mayores antecendentes que en cierta forman “contaminan” las conversaciones y planeamientos inmediatos de la autoridad.
Es así como, por un lado, se inició a fin del año pasado una consulta ante el Tribunal de la Libre Competencia, en la cual se presentó por parte de la autoridad una propuesta de Plan Nacional de Espectro, que permitirá precisar diversos temas, siendo uno muy básico definir si existe límite de espectro a operar por los operadores, lo que conlleva a posibilidad de excluirlos de una posible licitación de 5G.
Este proceso de consulta está recién comenzando y se estima que puede durar desde unos meses hasta un par de años dependiendo si existen controversias, impugnaciones o judicialización de la consulta por parte de las empresas de telecomunicaciones (como ha ocurrido en anteriores oportunidades). Por lo tanto, si en este momento se efectuara un concurso para despliegue de 5G, existiría una falta de coincidencia entre las definiciones del Tribunal de la Libre Competencia y la Subsecretaría de Telecomunicaciones.
Se suma a este momento otro proceso paralelo y que tiene relación con la sentencia de la Corte Suprema, que ordenó a tres empresas de telecomunicaciones a devolver parte del espectro que poseen en exceso en relación a un límite de cantidad de espectro que podían poseer definidas hace más de 10 años. Ese proceso aún no se encuentra finalizado y existen sendos recursos presentados en distintos tribunales, tanto en el de Libre Competencia como ante el Tribunal Constitucional, lo que ha generado una atmósfera de incertidumbre jurídica sobre el uso de espectro radioeléctrico, lo que afecta, por lo tanto, las pretenciones de un pronto llamado a concurso para 5G.
Si esto no fuera poco, también hubo una decisión administrativa de “congelar parcialmente” el espectro de la banda de 3,500 MHz (que teóricamente se destinará para 5G) y se ordenó el despeje de algunos operadores de parte de la banda.
Recientemente, una de estas empresas explicitó que si el regulador los trasladaba de frecuencias, exigirían indemnizaciones y pago por parte del Estado por este hecho. Demanda absolutamente cuestionable, pero que si ocurriera, se abriría otro flanco de judicialización justamente sobre el espectro a subastar para 5G.
Por último, si se lograran sortear todas las dificultades regulatorias, judiciales, administrativas y económicas en lo inmediato, no se prevee que en 2020 exista la masificación de equipos móviles o terminales que permitan un uso real de la banda 5G, imposibilitando el retorno en utilidades para las empresas que hayan invertido en su despliegue.
El llamado es a avanzar, pero sin dejarnos embrujar por la magia de 5G. Deben existir reales políticas públicas y un trabajo de colaboración con las empresas en un modelo win-win en un ambiente público-privado, con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas con tecnología. Porque finalmente 5G es un medio, no un fin.