El espectro no deseado

Poca gente pondría en duda que el espectro radioeléctrico es un insumo medular para las comunicaciones inalámbricas. Es tan evidente como que el agua moja, la noche es oscura y que dos más dos suman cuatro. Gracias a las radiofrecuencias existen las llamadas móviles, la radio y la televisión abierta. Sin ellas, tampoco podríamos imaginar la Internet de las Cosas, las ciudades inteligentes, los vehículos autónomos y todas esas promesas de un futuro sin cables, enredos ni problemas.

Pero aquí viene la paradoja: si el espectro equivale a modernidad, desarrollo y transformación tecnológica, ¿por qué en algunos países la industria telco ya no lo quiere como antes? ¿Por qué cuando la autoridad informa una nueva licitación, el anuncio provoca más temblores que entusiasmo? En vez de aplausos, se escuchan bostezos, suspiros y hasta dolorosos gemidos.

Sin ir más lejos, el Subsecretario de Telecomunicaciones chileno ha reconocido sin rodeos que “una nueva subasta de espectro significa un riesgo para la industria”. El mismo dignatario agregó con silogismo aristotélico que “podríamos lanzar una subasta porque hay espectro disponible en 3,5 GHz, pero mientras no se logre monetizar lo ya invertido, sería más un problema que una solución. Hoy no es oportuno pensar en una subasta”. 

Aparentemente, todo indica que no siempre más espectro es mejor. Por el contrario, puede transformarse en un presente griego para los concesionarios. En varios países, algunas compañías han devuelto frecuencias al Estado no porque fueran inservibles, sino por el alto costo que involucra su conservación y uso. 

El apetito perdido

El espectro, ese bien tan disputado por los operadores, hoy se considera un riesgo para el mercado o, al menos, para una parte importante suya. El subsecretario chileno tiene razón: no hay horno para bollos. Tampoco para churrascas ni marraquetas —agregaría yo. 

En el fondo, el mercado actúa como un sistema que combina decisiones racionales con impulsos, expectativas y percepciones cambiantes. Caeríamos en un error si lo consideráramos únicamente como una mente perfectamente lógica, ya que también responde a factores emocionales, a la incertidumbre y a dinámicas de manada —un día sí, otro día no. ¿En qué vemos el zigzagueo del mercado? En su historial de pedidos de frecuencias para 5G.

En 2019 se exigía más espectro para la quinta generación móvil. Durante esa fiebre de 5G en época pandémica, el Estado fue acusado de comportarse como el perro del hortelano: no usaba el espectro ni dejaba que otros lo usaran. La consigna era clara: es mejor el espectro en manos privadas que inmovilizado por la Administración Pública. 

Hoy, en cambio, la rogativa es inversa. El mismo mercado suplica mayoritariamente que no se libere ni una frecuencia más. Porque no hay liquidez de capital suficiente para enfrentar una nueva subasta en la generalidad de los operadores. Algunos actores sencillamente no tienen espalda financiera para absorber el costo de una licitación ni las obligaciones de cobertura que usualmente conlleva —el proyecto técnico y las contraprestaciones. Así, los bloques de frecuencias —antes activos estratégicos— son ahora como la plata fina cuyos destellos hieren la piel de los vampiros. 

El orden de valores se ha invertido. El espectro ya no es recurso totalmente apetecido, sino que muchas veces es espectro en su acepción lexicológica más siniestra: aparición, fantasma, presagio. Como los Nazgûl de Tolkien, los jinetes negros. Criaturas sombrías que cabalgan envueltos en capas negras y lanzando gritos estremecedores. Y todo por el Anillo Único. 

Al día de hoy, los cuatro operadores móviles de Chile ya cuentan con espectro suficiente para absorber la demanda actual de capacidad 5G. Por el momento no hay congestión de tráfico que justifique más asignaciones. Lo que sí hay es subutilización porque no se ha generado la demanda suficiente de prestaciones con ultra banda ancha mejorada, conexiones ultra fiables de baja latencia y comunicaciones M2M. Y en este contexto, liberar nuevas frecuencias sólo fomentaría la “inflación” del espectro. Y este cuando abunda, se deprecia. Se vuelve un Nazgûl.  

Sin embargo, no todos comparten el desaliento. Existen operadores que sí disponen de capacidad económica para concursar, lo que podría derivar en un escenario más complejo. Así, peor que un concurso desierto, podría terminar siendo un concurso adjudicado a precio mínimo, dejando al Estado sin ingresos relevantes y desestabilizando el equilibrio competitivo.

La austeridad de Ginebra 

Lo que no sabíamos es que esta súbita inapetencia y desgano por el espectro está perfectamente alineada con lo que predica el evangelio internacional en la materia. Me refiero a los textos solemnes de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la máxima autoridad de la galaxia en regulación espectral, con sede en Ginebra.

Así, el artículo 44 de la Constitución de la Unión Internacional de Telecomunicaciones invita a “limitar las frecuencias y el espectro utilizado al mínimo indispensable para el funcionamiento satisfactorio de los servicios necesarios”. Además, la UIT sugiere aplicar cuanto antes los últimos avances de la técnica para que los operadores saquen el mayor provecho posible a las bandas recibidas. O sea, nada de despilfarrar los megahertz. 

¿Por qué la UIT busca refrenar la concupiscencia por el espectro? Tal vez porque la Unión quiere actuar como una madre previsora. De esas que no gastan el vuelto del pan, porque saben que mañana puede faltar el azúcar, la leche o la Coca-Cola en el almuerzo. Prudencia, le llaman. Se trataría de reservar espectro para tecnologías futuras, servicios aún inexistentes o necesidades que hoy ni siquiera imaginamos. “El que guarda, siempre tiene”, dice el refrán. 

Chile, alineado con esta filosofía perenne, mantiene reservas espectrales en varias bandas. Por ejemplo, hay 50 MHz guardados en la banda de 3,5 GHz que podrían subastarse. Pero hacerlo ahora, con una industria en su mayoría sin apetito y golpeada por la crisis de sostenibilidad, sería tentar al destino por el riesgo de una licitación desierta. O que, ante la dispareja musculatura financiera de los actores, terminen presentándose apenas uno o dos postulantes con capacidad de pago. 

Esto forzaría la asignación de este recurso estratégico a “precio de huevo”, privando al Fisco de una ostensible recaudación como ocurrió en los últimos concursos de espectro.

El embarazo no deseado 

El espectro, antes codiciado con insaciable lujuria, se ha convertido en una especie de embarazo no deseado. No se lo quiere mayormente. Si el Estado chileno decidiera hoy abrir un nuevo concurso de frecuencias, más de una empresa terminaría llorando a puerta cerrada en el baño. Como Betty la Fea en su escena cumbre: “¡Me mataron, doña Catalina, me mataron!”.

Parece que finalmente llegó la hora en que el ecosistema telco superó el fetichismo del espectro como símbolo automático de desarrollo que surge por generación espontánea. Porque lo cierto es que más espectro no siempre equivale a más progreso. Cuando se entrega sin un propósito claro, sin una demanda real o sin condiciones técnicas y económicas que habiliten su despliegue, el espectro deja de ser un activo y se convierte en una pesada mochila sobre las espaldas. 

Hay veces en que, sencillamente, no se juntan el hambre con las ganas de comer. Es lo que está ocurriendo con el problema de la monetización de 5G, como promesa incumplida hasta ahora. En tales casos, es mejor esperar un tiempo para hacer espacio al hambre y entonces luego comer con el apetito liberado.

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