Reforma Jorge F. Negrete P.
¿Tenemos política y marco legal para otorgar certeza a la identidad nacional y digital? No.
La identidad es un recurso cultural y de la imaginación complejo, en permanente evolución. Una larga jornada de búsqueda íntima sobre nuestro origen y destino. Carlos Fuentes decía que “el pasado está escrito en la memoria y el futuro está presente en el deseo”. La dicotomía del yo y los otros es un dilema para el concepto de identidad, “para que pueda ser, he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo”, decía Octavio Paz. El territorio, la lengua, los símbolos, nuestra historia, las afinidades filiales y emocionales nos hacen ser nosotros y nos obsequian la identidad.
Pero si la identidad es una jornada de búsqueda y preguntas que no claudica en la cultura, es una realidad objetiva y un derecho en el mundo jurídico y digital. El derecho a la identidad es fundamental, el principio vital de nuestra existencia en la sociedad, el orden jurídico y el Estado. Lo que las preguntas buscan en la filosofía, se revela y protege en el orden jurídico.
La identidad, un derecho habilitante de otros. “Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica: artículo sexto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La UNICEF establece que la identidad es el “reconocimiento jurídico y social de una persona como sujeto de derechos y responsabilidades y a su vez, de su pertenencia a un Estado, un territorio, una sociedad y una familia”.
Nuestra Constitución establece en su artículo 7o que “Toda persona tiene derecho a la identidad y a ser registrado de manera inmediata a su nacimiento. El Estado garantizará el cumplimiento de estos derechos”. El artículo 36 de la Constitución establece como una obligación de los ciudadanos “inscribirse en el Registro Nacional de Ciudadanos”. Esta función la gestiona el Registro Nacional de Población de la Segob.
La identidad es entonces un derecho fundamental que nos da personalidad jurídica y el ejercicio de derechos y obligaciones, pero además abre la puerta al ejercicio de otros derechos fundamentales, ya que son indivisibles e interdependientes. En efecto, este derecho es un habilitante de todos los demás, es la puerta y la llave para vivir con plenitud los derechos que el Estado garantiza.
El documento. La identidad es reconocida ante la ley y el Estado, de forma confiable, con un conjunto de datos y atributos. Esa identidad se formaliza en un documento de nomenclatura diversa: cédula de identidad, de ciudadanía, tarjeta de identidad, registro civil, carné de identidad o documento nacional de identidad. La falta de éste provoca una cadena de violaciones a otros derechos, marginación, desigualdad e injusticia. Sin documento de identidad vivimos al margen de la ley.
La cedula de identidad digital. Tu identidad en Internet es frágil. Transita en una compulsiva vida digital donde entregas tus datos personales, atributos y biométricos a tu médico, bancos, en tu pasaporte, licencia, escuela, comercio digital y trabajo. Mereces que el Estado digital te la otorgue en las condiciones de seguridad y confianza más amplias. En un mundo digital, el ejercicio de nuestros derechos necesita un proceso de gestión de nuestra información y datos personales para comunicarlos con libertad, seguridad (ciberseguridad), interoperabilidad y certeza.
La identidad y su expresión digital son el más poderoso facilitador en la ejecución de la política pública, la transformación digital de la sociedad, el crecimiento económico, la competitividad y la protección de derechos fundamentales.
El ciudadano digital nace cuando se le concede su cedula de identidad y habilita la apertura de sus derechos en el mundo digital. La identidad digital es el comienzo, pero falta el marco jurídico y la política pública para la Identidad Digital Universal.
Sin identidad digital no hay democracia, ni justicia, derechos fundamentales, seguridad pública, ni economía digital.
Presidente de Digital Policy & Law
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