Tecnoestrés: ¿la enfermedad de la pandemia por Covid-19?

Una de las afectaciones más comunes del siglo XXI que padece el ser humano es, sin lugar a dudas, el estrés, y basta con identificar la alta prevalencia que tiene este fenómeno en los países principalmente en vías de desarrollo. Puede entenderse como las altas demandas que el organismo enfrenta versus los recursos personales con los que cuenta y el manejo precario de las emociones, el autoconocimiento, autogestión y otras habilidades de afrontamiento que pocas veces se desarrollan, a menudo por desconocimiento e influencia cultural.

En ese sentido, y dadas las medidas de confinamiento que diversos gobiernos a nivel mundial implementaron como estrategia para afrontar la pandemia de la enfermedad Covid-19, se incorpora a estos padecimientos uno denominado “tecnoestrés”, que hace referencia a un padecimiento procedente del uso desadaptativo de Internet y herramientas tecnológicas que produce, entre otras reacciones, malestares psicológicos, físicos, inquietud, ansiedad, cambios repentinos de humor, comportamientos compulsivos, trastornos en el sueño, afectaciones en las relaciones interpersonales y en el desempeño.

El tecnoestrés puede derivarse por varios aspectos. Uno de ellos se produce por el temor, ansiedad o hasta fobia que se genera al no poseer los conocimientos necesarios para el manejo de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC).

Y es que la mayoría de estos casos se presentan en personas nacidas entre las décadas de los años 40 y 60 del siglo XX, porque su trayectoria laboral se caracterizó por una ausencia del uso de tecnologías e incluso no hubo un proceso de sensibilización y capacitación adecuados.

Otro aspecto es por la alta exposición que se tiene a las tecnologías que lleva a un desgaste mental, acompañado generalmente de un desgaste físico por falta de la ergonomía indispensable (a esto se vendrán una serie de imágenes donde el usuario de las TIC suele utilizarlas en lugares que no son los recomendables y lejos de una comodidad aparente, producen un alto riesgo a la salud y a la calidad del trabajo escolar o laboral.

Esta tecnofatiga es más probable encontrarla en las generaciones nacidas entre los años 60 y 80, dado que a ellas les tocó las primeras inmersiones al Internet; generalmente están conectados y utilizando las TIC para trabajo la mayor parte del tiempo.  Punto que se ha acrecentado significativamente con el HomeOffice (para saber más de este tema consulta https://dplnews.com/home-office-en-tiempos-de-pandemia-y-mas-alla/).

Asimismo, el tercer aspecto que produce tecnoestrés es la gran necesidad incontrolable de estar consultando sus equipos tecnológicos, revisando sus redes sociales y  la incapacidad de no acudir al llamado de notificaciones que emiten las aplicaciones. Y si se sigue la línea generacional, este padecimiento se vincula más a los nativos digitales (quienes nacieron después de los años 80).

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Pero, ¿qué de malo puede tener todo esto? Si hemos constatado que la tecnología se posiciona como un gran “compañero” en este confinamiento, ha proporcionado la posibilidad de estar conectados y “en contacto” a pesar de las medidas de distanciamiento impuestas para reducir contagios.

La respuesta viene al poner atención en el uso que le damos a las TIC y el impacto que tiene en otras esferas de la vida. Basta ver qué alteración representa para la persona, qué está dejando de hacer por pasar tiempo “conectado” y reaprender las formas que lleven a optimizar las ventajas de contar con estas herramientas digitales sin afectar la salud, relaciones, productividad, etcétera.

A todo esto, ¿se podrá prevenir el tecnoestrés? Resulta relevante asumir conductas de autocuidado de manera oportuna para hacer frente a las afectaciones arriba mencionadas, para lo cual y por más trillado que suene, se debe disminuir lo más posible el acceso a la web y realizar actividades deportivas (las que puedan realizarse en el interior del hogar o en lugares de libre contagio); contacto con familiares y amigos (aun cuando sea a través del teléfono o alguna aplicación diseñada para esto); si se requiere, capacítate y optimizarás el tiempo que se pasa con las TIC; establecer un lugar adecuado para evitar lesiones y favorecer la concentración, administrar las tareas y actividades en una agenda para llevar un control del tiempo que se depende de la tecnología; incluir descansos y horarios de comida fijos; no caer en la tentación de consultar otras aplicaciones que no suman en ese momento, solo va a distraer y pasar por ende más tiempo usándolas; también hacer actividades que representen algún pasatiempo como la jardinería, la preparación de alimentos, leer algún libro, entre otros; incluso momentos de respiración y relajación.

Literal, ver a través de la ventana, hacer labores domésticas, en fin, acciones que te lleven a tener una vida de mayor balance y, sobre todo, desconéctate, hay una vida atrás de tu equipo tecnológico.

No olvidemos las grandes ventajas que la tecnología ha traído consigo, como lo es el enorme acceso a información a un solo clic, poder comprar a domicilio un sinfín de artículos y servicios, de ser una extensión en la comunicación rompiendo distancias, una gran ventana de opciones de entretenimiento, desarrollo científico y hasta poder migrar la oficina y la escuela al hogar. 

Todo esto viene a sumar beneficios. En particular ante esta crisis mundial, ha permitido que las diversas actividades “continúen” en la medida de lo posible, no obstante no está de más asegurarse que haya un equilibrio en el uso y su integridad.

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