Las redes sociales se han convertido en las grandes censoras de la modernidad, pero a veces sin aplicar un justificado rigor para ello. Ponen en marcha una serie de directivas —algunas de manera automática y en otras ocasiones por denuncias de los usuarios— para eliminar o censurar aquellos contenidos que se consideren ofensivos, lascivos o inciten al odio u otras prácticas calificadas como dañinas.
Realizan así una labor casi equiparable a la de Estados autoritarios que todo lo revisan antes de ser publicado. Es comprensible que busquen evitar contenido inapropiado en sus espacios, pero dejar todo a los algoritmos significa aplicar censura a rajatabla.
Llegan al extremo de colocar en el nivel de contenido prohibido las obras de arte e incluso textos con valor noticioso, y aunque cuentan con mecanismos de apelación y revisión, la resolución o liberación del contenido es tardada, y la mayor parte de los usuarios desisten de emplearlos.
Varios artistas plásticos encuentran que su obra no puede ser exhibida en estas redes porque los logaritmos que analizan las imágenes encuentran desnudos —algunos solo de carácter médico—, o porque algunos usuarios utilizan su poder de veto mediante denuncia para que estos materiales se supriman o se coloquen bajo una advertencia de que se trata de contenido gráfico sensible.
Lo mismo va para sitios de prensa y organizaciones civiles que al presentar testimonios visuales de denuncia, se encuentran con que su material ha sido censurado y no puede mostrarse —a veces bajo amenaza de sufrir suspensión o cancelación definitiva de sus cuentas—, minando así su valor social o de exhibición de una problemática pública.
Del otro lado están usuarios como el expresidente estadounidense Donald Trump, quien empleó Twitter para lanzar arengas de carácter xenofóbico o para incitar a la desobediencia civil, por lo cual le fue retirada su cuenta.
El objetivo —loable— es proteger a los menores, pero redes como Facebook o Instagram son prácticamente engañadas o burladas todos los días sin que puedan hacer algo para prevenirlo, pues muchos menores mienten sobre su edad para tener acceso a una cuenta o adultos abren miles de cuentas falsas con un fin específico —a veces delictivo— que no se encuentran respaldadas por una persona real detrás.
Se ha vendido la idea de que las redes son democráticas y un espacio donde existe una plena libertad de expresión, pero al tener estos criterios y políticas de censura, justificada o no, están más cerca de ser la versión moderna de los tribunales y entes censores del pasado.