La era de las masacres en línea a través de las redes sociales
El mundo fue testigo en directo de una masacre en Tailandia. Caso similar ocurrió en Nueva Zelanda.
El pasado fin de semana, el mundo quedó atónito con la transmisión en tiempo real del accionar de un soldado tailandés que a lo largo de 15 horas asesinó a 29 personas, hirió a 52 y aterrorizó a millones, dentro y fuera de su país.
Tras matar a dos oficiales y a una señora en su cuartel, y apoderarse de varias armas de guerra y un vehículo militar, Jakraphanth Thomma, de 32 años, se dirigió al centro comercial Terminal 21 de la ciudad de Nakhon Ratchasima, en el centro de Tailandia, donde empezó a disparar contra civiles indefensos.
La masacre pronto se hizo viral, porque su autor comenzó a documentarla en su perfil de Facebook con fotos, videos y comentarios como: “¿Debería rendirme?”, “Estoy cansado, ya no puedo ni apretar con el dedo”, “La muerte es inevitable para todos”.
El atacante tuvo tiempo incluso para tomarse una selfi en la que se ve un fuego en la fachada del centro comercial que él provocó disparando contra un tubo de gas.
La tragedia empeoró dentro del establecimiento, pues el soldado comenzó a perseguir a la gente y a dispararle sin contemplación alguna. Varios de los ciudadanos atrapados en esta pesadilla no tardaron en empezar a compartir mensajes de auxilio desde sus escondites.
Tratando de ayudar a las autoridades, un empleado del centro comercial logró transmitir en vivo las imágenes que captaban las cámaras de seguridad. Eso permitió ver por dónde pasaba el agresor, pero multiplicó exponencialmente el drama. Miles, si no millones, fueron testigos de lo que ocurría dentro de Terminal 21, mientras llovían los comentarios sobre la situación.
Pronto, el bombardeo de información se desbordó. “Había tanta información circulando que la gente ya no sabía qué creer”, dijo Chanathip Somsakul, un profesor de música de 33 años que se salvó ocultándose en un baño junto con su esposa y su hija de 3 años, mientras seguía los hechos por redes.
Al amanecer, y tras diez horas de persecución dentro del centro comercial, las fuerzas especiales dieron de baja al atacante y todo terminó. Fue “una masacre sin precedentes en la historia del país”, dijo el primer ministro, Prayut Chan-O-Cha.
Sin duda, el carácter viral que adquirió este episodio, por decisión del atacante, fue uno de los aspectos más impactantes de este suceso y revivió preguntas que quedaron en el aire tras la masacre de Christchurch (Nueva Zelanda), el 15 de marzo del año pasado. Esta fue a manos de un australiano de 28 años, autodenominado “supremacista blanco”, que entró a dos mezquitas y asesinó a 49 personas, todo mientras transmitía por Facebook y recibía la reacción de, al menos, 200 personas en directo.
Las declaraciones de la compañía de Mark Zuckerberg no fueron contundentes en ninguno de los dos casos. Sobre la masacre en Tailandia anunciaron: “Se cerró la cuenta del atacante, y trabajaremos noche y día para eliminar cualquier contenido ilegal relacionado con el ataque en cuanto se tenga conocimiento”. Algo muy similar a lo dicho cuando ocurrió la masacre de Nueva Zelanda: “Trabajaremos sin descanso para remover el contenido violatorio”, y señalaron que tan solo en las primeras 24 horas removieron más de un millón y medio de copias del video. Pero el hecho es que aún hoy es posible encontrar imágenes explícitas de ambas masacres.
Y este es uno de los puntos claves en este tipo de hechos: ni Facebook, ni ninguna red social puede impedir que se compartan materiales de esta naturaleza de forma inmediata, y la tarea de borrarlo todo es casi como el mito de Sísifo. Por algo se dice que una vez que algo entra a internet no vuelve a salir. De modo que pedir más control a las redes parece, por su propia dinámica, un caso perdido.
Lo que busca el atacante
Más allá de las motivaciones del perpetrador de la masacre de Tailandia –se dice que tenía problemas económicos–, la gran pregunta es qué lleva a una persona a querer difundir a escala masiva un acto de esta naturaleza.
En el caso de un grupo terrorista, la explicación es obvia: buscar el mayor impacto posible para su acción. Y algo de ello hubo en el caso de Nueva Zelanda, donde el asesino actuó en solitario, pero tenía motivaciones xenófobas y racistas claras. En el caso del soldado tailandés, el asunto no es tan evidente, y por eso EL TIEMPO buscó la opinión de varios expertos.
La psicóloga e investigadora de la U. de los Andes Margarita Venegas señala que en muchos casos, como el de Thomma, un agente de violencia masiva sin explicación aparente lo que busca es una validación y una atención de una sociedad en la que no se siente incluido.
De acuerdo con la experta, la necesidad de reconocimiento se alimenta mientras mayor sea la recepción del acto. En este sentido, las redes sociales son un medio excepcional, al permitir una conexión inmediata con lo que parece ser el mundo entero. Además, la burbuja digital permite almacenar la información “eternamente”, al pasar de mano en mano a una velocidad inimaginable.
“En muchos casos estas personas quieren perpetuar su acto para complacer tal vez una parafilia, o simplemente lo quieren preservar para obtener mayor validación, por eso no sorprende que se graben o dejen alguna prueba de lo que hicieron y/o por qué lo hicieron”, señala.
Mensajes de odio, temor, reflexión, y hasta uno que otro comentario de aprobación, se podían encontrar en las publicaciones originales de ambas masacres, tanto la de Tailandia como la de Nueva Zelanda; y, aunque ya no están disponibles, continúan recibiendo respuesta en las versiones que publican otras cuentas. Con lo que la acción de los atacantes, más allá de que se las vea con buenos o malos ojos, se mantiene viva y sigue captando atención, exactamente lo que buscaban sus autores.
Ahora, el problema no es solo del que publica, sino también del que consume y comparte contenidos como una masacre.
Aquí operan otros mecanismos mentales. De entrada se sabe que otro atractivo de internet es la posibilidad de encontrar prácticamente de todo, y si bien los filtros de los grandes de la web han aumentado y mejorado, no son infalibles. A la vez que es imposible borrar de la red todo el material cuestionable que en ella existe. Por eso hay cosas como páginas dedicadas a enseñar videos de torturas cometidas por el Estado Islámico o de los carteles del narcotráfico mexicanos.
Para la socióloga y analista Juanita Sánchez, el morbo cobró un nuevo significado en la red. “Mundialmente hay una censura de la violencia, y la atracción hacia lo prohibido es algo inherente al ser humano, es el morbo. Lo preocupante es cuando la violencia se ve de forma tan recurrente; ya no sorprende, sino que se naturaliza”, advierte Sánchez.
Antes de la era digital, en un país se consumía mayor o menor contenido violento de acuerdo con su contexto político y económico. Ahora, la libertad en redes permite que cualquiera pueda ver tanta sangre como quiera, del país que quiera y en el idioma que quiera.
Lo preocupante es cuando la violencia se ve de forma tan recurrente; ya no sorprende, sino que se naturaliza
Wilson López, profesor de psicología de la Universidad Javeriana, añade que “las redes son un espejo de la sociedad, nos permiten ver de inmediato lo que sucede en los tejidos sociales; por eso, si muchas personas se suman a estos eventos, lo claro es que hay rupturas compartidas que pueden estar afectando a gran parte de la población”.
El gran problema de todo esto es que si estas masacres se vuelven ‘tendencia’ y cada vez más personas las frecuentan, el umbral de aceptación empezaría a crecer también, por eso el peligro de las réplicas. “Si una persona con dificultades interpersonales ve cómo otra persona con problemas similares, así sea al otro lado del mundo, alcanza este nivel de reconocimiento, es muy factible que lo quiera replicar, o al menos que lo tenga en mente”, dice Venegas.
Mientras exista internet, al menos tal y como opera hoy, estaremos desprotegidos ante la difusión de la violencia extrema, mensajes de odio y barbaries de todo tipo. Pero si en algo coinciden todos los expertos consultados es en que la culpa no recae solo en los que cometen las masacres ni en el instrumento de difusión que puedan llegar a usar para hacerlas virales (redes sociales, principalmente), y que convendría comenzar a analizar qué está pasando en nuestras sociedades para que haya cada vez más gente dispuesta a consumir esta violencia sin cuestionárselo ni siquiera por un segundo, sin pensarlo dos veces, casi como un programa de entretenimiento. Algo no debe de andar bien.Los esfuerzos de los grandes de la web
Aunque Google asegura que tiene algoritmos dedicados a rastrear el contenido violento, todo parece indicar que la inteligencia artificial no basta. Según datos de El País, en Facebook trabajan unas 15.000 personas en tareas de control con equipos que vigilan en 80 idiomas. Por su lado, Twitter resalta entre sus políticas la prohibición de la “glorificación de la violencia”, aunque no específica su método. Pero la situación parece salirse de sus manos, y ambas insisten a los usuarios en que denuncien cualquier contenido de este tipo en cuanto lo vean.