Será un tiempo que nos marcará como individuos, como familias, naciones y como civilización. El Gran Confinamiento, así llamado por el FMI, debe ser sin embargo también la Gran Oportunidad Digital para un mundo renovado.
La balsa de la Medusa es un óleo clásico del Romanticismo francés, ícono revolucionario del gran Théodore Géricault, representación del naufragio de una fragata en costas africanas a principios del siglo XIX, lo que orilló a 150 personas a lanzarse a la deriva en improvisada balsa. Tras 13 días fueron rescatados solamente quince, habiendo pasado por un infierno de violencia, deshidratación y hambre que, incluso, los llevó al canibalismo.
La tragedia inspiró un siglo y cuarto después el genio de Luis Buñuel para realizar El Ángel Exterminador, filme que narra la rápida decadencia de un grupo aristocrático tras días de un inexplicable e invencible encierro.
Las grandes crisis de civilización, como las guerras y otros cataclismos, sociales o naturales, suponen un cambio de valores, frecuentemente precedido por una pérdida de los anteriores.
A la incómoda sensación de aislamiento individual se suma la percepción nefaria de reclusión compartida, hasta llegar al extremo de un ominoso confinamiento total, éste sí justamente explicable, pero igualmente invencible.
Como en las obras plásticas referidas, corremos el riesgo de que los temores nacidos del Gran Confinamiento se traduzcan en un rápido desgaste de las capas de valores que como sociedades y civilización hemos forjado: valores de cortesía, de legalidad, de cultura en un sentido más elaborado y, al cabo, de ejes fundamentales de nuestra civilización, como la solidaridad y la compasión.
En lo inmediato
El rol inmediato de las Tecnologías de la Información y el Conocimiento es paliar los efectos del aislamiento en sentidos elementales y, por supuesto, servir como herramientas que apoyen la continuidad de otras actividades relevantes para el conjunto social, tanto en el orden productivo como en lo cultural.
Para tal fin, las acciones de corto plazo del regulador en el caso mexicano se han concentrado en garantizar la continuidad de los servicios en condiciones de calidad apropiadas para contender con la emergencia. Sin embargo, estos objetivos, por otra parte evidentes, no se consideran desde un punto de vista estrictamente técnico.
La continuidad y la calidad, asumimos, pueden y deben ser resultado de acciones que garanticen la viabilidad de largo plazo del sector de las telecomunicaciones. Es decir, apostar por medidas que sean consistentes con la lógica esencial de mercado en que operan las empresas concesionarias, favoreciendo el diálogo y el entendimiento entre operadores y regulador, guiados y subordinados ambos por el interés público inherente a la prestación de un servicio también público, que a la vez ha sido elevado al rango de derecho humano, concepción actual de las telecomunicaciones en el orden jurídico mexicano.
Este enfoque ha permitido consensar programas de apoyo que, a manera de redes de seguridad, garanticen la continuidad de los servicios fijos y móviles para el conjunto de usuarios.
En un tiempo relativamente corto, antes que la pandemia haya golpeado con su arista más aguda a la sociedad mexicana, el enfoque de regulación colaborativa impulsado por el Instituto Federal de Telecomunicaciones ha concretado acuerdos con operadores fijos y móviles, minoristas y mayoristas, terrenos y satelitales, que permitirá a la casi totalidad de la base de usuarios, consistente en decenas de millones de individuos, contar con opciones de conectividad y comunicación apropiadas durante la etapa más perniciosa de la emergencia sanitaria.
La antecitada política de regulación colaborativa cuida la salud del sector, no como un fin en sí mismo, ni anteponiendo los intereses empresariales a los de los usuarios, sino como aproximación pragmática que estima indispensable mantener la viabilidad del sector de telecomunicaciones para permitirle cumplir su cometido básico de servicio a la sociedad.
Su efectiva realización no es causa primera y mayor de la iniciativa del regulador, se cristaliza toralmente por el sentido de responsabilidad social de los concesionarios y otros actores del ecosistema digital. La iniciativa del regulador es una voz que llama; la respuesta de operadores y empresas de tecnología es el catalizador que fructifica.
Por otra parte, es oportuno reflexionar en que la función básica de las telecomunicaciones ha mutado bajo la pertinaz tensión que impone la pandemia. La función primaria del sector no es solamente ya en sentido estricto la de comunicación, sino que, verdaderamente y en última instancia, ha ascendido a una trascendente misión colectiva: la cohesión social. Las telecomunicaciones en el transcurso de unas cuantas semanas han pasado de ser orgullosas habilitadoras de otros derechos fundamentales individuales y colectivos, a habilitadoras indispensables e inexorables del cuerpo social en su conjunto.
Hacia el futuro
Asimismo, el papel mediato de las TICs será erigirse como la nueva infraestructura central y esencial para la vida de las naciones, su columna vertebral y su sistema nervioso. El eje que dé cohesión y orden a la actividad individual y grupal, espiritual y económica de los pueblos. Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información deben ser expresamente reconocidas como la nueva infraestructura esencial de los países y piedra angular de una estrategia inmediata de recuperación y base de una política pública permanente de desarrollo futuro.
Esto es, si bien durante la crisis las TICs hacen en un sentido metafórico la función de escudo contra la pandemia, su encomienda futura no es la de herramienta defensiva sino de activo recurso para avanzar en la realización de los ideales de individuos y grupos.
Las TICs han sido vistas como coadyuvantes de un conjunto cada vez más amplio de actividades humanas. Especialmente, en el nuevo siglo han alcanzado su status pleno como tecnologías de propósito general, incidiendo decisivamente en actividades productivas hasta crear una vasta, sólida y capilar economía digital.
En ese orden de ideas, ante la función inmediata y mediata de las telecomunicaciones, durante y después de la pandemia, es imprescindible plantearnos que, por vez primera, estamos ante la oportunidad de que desde el ecosistema digital se presente y haga avanzar una propuesta puntual de nuevo modelo para nuestras sociedades a partir de las TICs.
El nuevo modelo enfatizará ciertamente la evolución del pensamiento que desde hace tres siglos ha puesto al individuo en el centro, al tiempo que subraya la necesidad de asumir y tratar lo humano en una perspectiva de necesaria globalización, donde los Estados nacionales no son tanto ya la cúspide soberana, como formalmente se les reconoce; sino sobre todo y materialmente, agentes necesarios para la atención de individuos y grupos tendente a la consecución de valores universalmente definidos.
La ubicuidad e inmediatez de la información, del “yo” y del “otro”, de lo social, se corresponden en lo económico con latencias que superan las más prestas reacciones del cerebro humano, para un seguimiento en tiempo ultra real de múltiples procesos productivos a través del poder analítico incrementado, ahora otra vez exponencialmente por computadoras cuánticas, para un control a niveles de amplitud, detalle y precisión que exceden y pueden llevar a cabo habilidades anteriormente consideradas exclusivamente humanas.
Las capacidades de precisión, eficiencia e integralidad que el nuevo ecosistema digital proporcionan son también la base y respuesta a por qué el sector TICs se perfila como la estrategia central de toda sociedad para superar más pronto y de mejor manera la crisis presente y, tras ello, ser el baluarte para nuevas y mayores oportunidades de desarrollo.
El nuevo ecosistema digital no es una diferencia de grado, sino de orden. De un nuevo orden que, lejos de toda tentación ludita revisitada, debe concitar mentes y cuerpos para abrazar la inevitable, por lo tanto, deseada transformación para la resignificación, otra en la historia, de lo humano y la humanidad en esta nueva época digital.
Lo digital al servicio de mujeres y hombres, potenciando sus capacidades, acendrando su ser vital para alcanzar las justas aspiraciones de cada uno y de todos, las de siempre y las que envisionemos hacia el porvenir. Lo digital integrándose a y enalteciendo el humanismo.
La travesía digital por iniciar en el proceloso mar de la historia no debe ser una de incertidumbre y temor con visos fatalistas, como en la trágica balsa de la Medusa. Tenemos de nuestro lado la confianza y la certeza de la experiencia acumulada y el espíritu forjado por más de tres siglos, desde que como género humano abrazamos la razón como guía y la felicidad como destino.