Regulación de plataformas: formular el problema correcto

El uso del hielo ha sido constante en la historia de la humanidad, incluso se han encontrado rastros de bodegas de almacenamiento en la civilización egipcia que datan del siglo XXIX a.C.

Hasta la invención de las máquinas de refrigeración en el siglo XIX y las neveras convencionales de uso doméstico en el siglo XX, el negocio de venta de hielo era próspero y multimillonario. Incluso Frederic Tudor, inventor de los “cubitos de hielo” a principios del siglo XIX, amasó una gran fortuna luego de fracasar muchas veces, especialmente porque su producto no tuvo el éxito que él pensaba al punto de ser blanco de burlas por parte de los incrédulos. Sin embargo, el transporte y almacenamiento de hielo desapareció casi por completo en la primera mitad del siglo pasado, lo cual seguramente produjo malestar para los dueños de ese negocio, así como impactos en el empleo y otras variables.

En 1877, A.W Hoffman se refirió, en The Journal of the Franklin Institute, a la nueva industria de “máquinas de hielo” como un invento que nunca sería relevante en los países con estaciones invernales fuertes, incluso algunas personas aseguraron que fabricar hielo era perjudicial para la salud e iba en contra de “la voluntad divina”.[1]

Como se observa, la disrupción es común a todas las industrias y ha sucedido a lo largo de la historia. Por lo tanto, lo que estamos viendo alrededor de Internet y las nuevas tecnologías es una etapa más en la evolución, seguramente con impactos relevantes a una escala superior, y es precisamente por eso tan relevante la aproximación que a esta nueva realidad le den los Estados y los hacedores de política pública, de lo cual dependerá nuestro futuro como industria y como sociedad.

El Premio Nobel de economía en 1991, Ronald Coase, señaló que las empresas se integraban verticalmente debido a las “fricciones de mercado”, ya que era más barato y sencillo llevar a cabo todas las actividades de la empresa “in house” que incurrir en costos adicionales y molestias al contratar agentes externos.

Sin embargo, esta teoría en el nuevo contexto de la economía digital parece estar totalmente revaluada, en la medida que las empresas prefieren contratar por fuera actividades que no son parte de su core y, adicionalmente, la gran evolución de tecnologías como los procesadores, Internet, banda ancha móvil, lenguajes de programación y sistemas operativos estandarizados han facilitado el desarrollo de los mercados de múltiples lados, donde a través de una plataforma se vincula la oferta con la demanda, apoyados en múltiples modelos de negocio.

Estos nuevos modelos de negocio que, en mi opinión, son parte de la evolución de la industria y, por lo tanto, deben ser aceptados y promovidos antes que bloqueados, han generado una presión enorme en los gobiernos y hacedores de política, quienes ven cómo sus estructuras tradicionales de intervención vertical por sectores parecen no responder a la lógica de estos nuevos modelos de negocio, lo cual sumado a la gran capacidad de lobby de ciertos sectores, quienes ven amenazados sus intereses, ha tenido como resultado caos e inseguridad.

Pese a lo anterior, las herramientas regulatorias, como el “Análisis de Impacto Regulatorio”, están disponibles para procurar las mejores decisiones posibles que, sin eliminar por completo la incertidumbre, permiten analizar el problema a resolver, así como sus causas y consecuencias con base en la información disponible.

Sin embargo, algunas administraciones caen en el error de buscar la solución para el problema equivocado o, como lo manifestó el Banco Mundial (2010), los procesos de mejora regulatoria se ven empañados por errores comunes como los incentivos perversos (fomentados por grupos de interés), así como ver el bosque y no los arboles, dejándose tentar por los “frutos bajos” sin atacar las verdaderas causas.[2]

Dentro del proceso de análisis de impacto regulatorio existe una primera etapa fundamental como es la formulación del problema, lo cual, si bien puede ser complejo, es la única forma de llegar a la mejor solución. Permítanme tomar como ejemplo el tema de las plataformas de transporte que tanto ruido han causado últimamente.

La unión de la oferta (pasajeros) y la demanda (conductores de vehículos) a través de una plataforma electrónica, forman un mercado de dos lados. Este nuevo modelo de negocio ha tenido un gran impacto en el negocio tradicional de transporte público de pasajeros, es decir, los taxis, cuya lógica fue por años y años ser un servicio con una gran barrera de entrada que es el pago del cupo con un alto precio dada la limitación artificial al número de automóviles que pueden rodar en la ciudad.

Pues bien, ante el boom del uso de plataformas por parte de los consumidores, quienes encuentran en este nuevo modelo un gran valor, y que dicho sea de paso son ellos la razón de ser de cualquier regulación, la industria del transporte individual de pasajeros ha logrado presionar a los gobiernos por considerar que este tipo de servicios son prestados de forma ilegal, es decir, que en opinión de estos jugadores el problema es “la prestación ilegal del servicio de transporte individual de pasajeros”, argumento que fue aceptado por algunas administraciones y, por lo tanto, respondieron con la solución obvia e inmediata (frutos bajos) a este problema, es decir, la prohibición.

¿Se imaginan ustedes qué habría pasado con la industria de la refrigeración si en esa época los dueños del negocio de transporte y almacenamiento de hielo hubieran logrado lo que los dueños de los taxis han logrado en pleno siglo XXI?

Ahora bien, no se puede desconocer que este nuevo modelo de negocios implica retos en materia de impuestos, cargas públicas, mercado laboral, seguridad, etcétera. Sin embargo, la respuesta no puede ser la prohibición basada en que las normas vigentes no permiten este tipo de servicios. Como dije antes, es la respuesta obvia si el problema se plantea, como en este caso, de manera errónea.

Como vimos, la disrupción no es una cuestión del siglo XXI, es el resultado de la evolución de las industrias, en especial apoyada en el desarrollo tecnológico. En este sentido, la normatividad también ha ido evolucionando. Siguiendo el ejemplo de la industria de la refrigeración, como consecuencia de esta disrupción se desarrollaron normas de seguridad, uso de materiales, garantías, etcétera. La respuesta no fue la prohibición.

Así las cosas, el problema en el caso de las plataformas de transporte no es la ilegalidad, que a lo sumo es una consecuencia; el problema real podría ser que la normatividad vigente no responde a la lógica de los nuevos modelos de negocio. Por lo tanto, las posibles respuestas a este problema cambian por completo si las comparamos con la solución que parece obvia al plantearlo en lo términos iniciales.

Ahora una de las respuestas debe ser la búsqueda de una normatividad que responda a los nuevos modelos de negocio que, si bien parece obvio, cambia radicalmente de aproximación y, por lo tanto, el abanico de opciones de intervención.

Es claro que la cuestión no es tan simple e incluso luego de varias iteraciones es posible llegar a otro planteamiento del problema. Pero lo que quiero significar con este escrito es que los responsables de la regulación deben en primer lugar tener total claridad acerca de lo que quieren solucionar y no dejarse tentar ni por “frutos bajos” ni por incentivos perversos.

Una formulación correcta del problema, identificando causas y consecuencias, sumado a procesos públicos transparentes de discusión, con seguridad llevarán a la mejor solución y, por lo tanto, al aprovechamiento de los grandes beneficios que nos trae la Cuarta Revolución Industrial, eso sí, teniendo como foco el bienestar del consumidor, fin último de la regulación.

En gran medida, el desarrollo de la economía digital está en manos de los hacedores de política, quienes no pueden caer en el error de aceptar incentivos perversos como los que pretenden hacer valer algunos grupos de interés, quienes si bien dicen defender intereses legítimos, lo que realmente pretenden proteger es el statu quo, cuando lo que deberían estar haciendo es hacer evolucionar sus negocios de acuerdo con las nuevas dinámicas, especialmente aquellas donde el poder de negociación ahora lo tiene el consumidor, quien ya no tiene que acomodarse a la oferta, sino todo lo contrario, es la oferta la que tiene que acomodarse a las necesidades de los clientes.

El desarrollo tecnológico siempre estará por delante de la regulación, por lo tanto, ésta también debe evolucionar dado que el modelo de estructura de estado basado en silos sectoriales ya no funciona como hace 10 ó 20 años. Ahora la transversalidad es la constante en todas las industrias, lo cual no significa que se deban crear “súper reguladores”, sino buscar instancias de coordinación y toma de decisiones intersectoriales, de tal manera que se puedan afrontar los grandes retos que trae consigo la Cuarta Revolución Industrial.

Seguramente, responder a estos retos no es una tarea fácil, pero lo que sí es seguro es que no afrontarlos, o pretender responder a ellos con regulación tradicional, es el peor de los escenarios.


[1] Enríquez Sánchez, Salvador, Historia de la refrigeración. Disponible en: https://www.monografias.com/trabajos81/historia-refrigeracion/historia-refrigeracion.shtml

[2] Banco Mundial (2010) Regulatory Governance in Developing Countries. Disponible en: https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/27881/556450WP0Box0349461B0GovReg01PUBLIC1.pdf?sequence=1&isAllowed=y

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