Reforma Jorge F. Negrete P.
Vivir en un mundo altamente conectado y vinculado a las capacidades de cómputo y software dentro de las redes de telecomunicaciones, liberó una poderosa capacidad de innovación.
La innovación, como condición creativa de nuestra civilización, está marcada por un entorno social de conectividad y acceso a los recursos tecnológicos más avanzados de nuestra era. La crisis de salud mundial aceleró el proceso de transformación digital de nuestra sociedad, visibilizó la importancia de estar conectado a Internet y los servicios de telecomunicaciones, pero sobre todo construyó una percepción, sobreestimada, sobre el valor de las empresas digitales.
Este es un negocio muy susceptible ante las malas noticias. En 2018, el presidente Trump firmó un decreto para prohibir la venta, compra o uso de cualquier tecnología elaborada por empresas que son “un riesgo para la seguridad nacional”. Dicha orden evocó la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional, que permite emitir regulación en caso de “emergencia nacional”. ¿El resultado? Intel cayó 2%, Qualcomm, 4.8%; Lumentum Holdings, 3.7%; Broadcom 4.4%. Las acciones de Apple cayeron más de 3% y las de Alphabet-Google 2.14%.
Estas mismas empresas y las denominadas Big Tech, durante los dos primeros años de la pandemia, fueron al lado contrario, alcanzaron un valor de mercado arriba de los 900 mil millones de dólares. Durante casi 24 meses vimos cómo se intercambiaban entre ellas posiciones para liderar el privilegio de ser nombrada la empresa más grande del planeta.
Se pensó que después de la pandemia el proceso de digitalización de la sociedad continuaría y eso, en la realidad, no ha sucedido. Los altos precios del espectro radioeléctrico en todo el mundo, la falta de chips en la generalidad de todos los mercados tecnológicos, el desbalance de las cadenas de suministro y la guerra de Ucrania y Rusia han obligado a muchas de estas empresas a cerrar operaciones en estos países y anunciar pérdidas a las diversas bolsas de valores donde operan.
Una sociedad hiperconectada y digital como la nuestra, demuestra su fragilidad a partir de la interdependencia de los mercados, las cadenas de suministro y altas expectativas de ventas no justificadas.
El dinero público ya se percibe. La Unión Europea invierte casi 300 mil millones de euros en la digitalización de toda su economía y Biden autorizó 50 mil millones de dólares para estimular el mercado de chips y 100 mil millones más para conectar a 20 millones de no conectados.
China, en 2021, anunció normas para intentar regular este mercado digital. Introdujo una regulación para limitar el tiempo de uso de los videojuegos en menores de edad, una ley de protección de datos personales y regulación antimonopolio para las plataformas en Internet. Ahora va sobre la regulación de los algoritmos. Busca luchar contra la “discriminación algorítmica” que, según ellos, ha llevado incluso a proponer distintos precios por los mismos productos y servicios.
Europa lleva 5 años de intenso proceso regulatorio en materia de competencia económica contra todas las Big Tech, los operadores de telecomunicaciones y en todos los flancos posibles: protección de datos, competencia económica, protección al consumidor y derechos humanos. Ahora, la Comisión Europea propuso y alcanzó un acuerdo político sobre dos iniciativas legislativas, más robustas, para actualizar las normas que rigen los servicios digitales en la Unión Europea: la Ley de Servicios Digitales (DSA) y la Ley de Mercados Digitales (DMA).
Todo 2022, las empresas tecnológicas han perdido valor en bolsa y es factible que sigan así un tiempo. Sin embargo, no se puede olvidar sus poderosas tesorerías, el dinero en caja, su capacidad para enfrentar crisis y eventualmente salir más sólidas que antes.
La paradoja digital comienza con la promesa de una sociedad más competitiva, justa e igualitaria y continúa con la falta de consenso global para que suceda.
“Hablar con un vidente ciego, es una paradoja estimulante.” Julio Cortázar
Presidente de Digital Policy & Law
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