Genaro García Luna y el evangelio según san Netflix

El Economista Jorge Bravo

Netflix se parece más al cine que a la televisión: muestra de mejor manera la realidad, nos persuade de su “verdad” a través de sus series y sus directores nos convencen de sus personajes y situaciones. Sus contenidos de ficción y documentales son más verosímiles que los hechos noticiosos de la TV. Un buen ejemplo es Genaro García Luna.

Sólo un ex funcionario tan controversial, cuestionado y denunciado públicamente como Genaro García Luna, ex secretario de Seguridad Pública (SSP) durante el gobierno de Felipe Calderón, hoy capturado en Estados Unidos, podía ser un personaje de serie audiovisual de plataforma de streaming. La TV mexicana todavía no rompe el cascarón de más de seis décadas de oficialismo, sumisión y miedo a mostrar la realidad en todas sus facetas.

Sabemos que el personaje Conrado Higuera Sol (interpretado por Humberto Busto) en la serie El Chapo (2017), es Genaro García Luna. Ficcionado, dramatizado y hasta sensible al amor pero ambicioso e inescrupuloso, Sol-Luna encarna el prototipo del policía-político corruptazo y vinculado estrechamente al narco y el crimen organizado.

Según la serie de Netflix, Sol-Luna fue el gran protector de Joaquín El Chapo Guzmán. La verdad jurídica e histórica está por conocerse pero los espectadores creemos que Sol-Luna es el típico y complejo funcionario corrupto emanado de las cloacas del sistema político mexicano: el sistema lo crea, lo utiliza, lo encumbra, lo hace caer, lo abandona, lo condena y, eventualmente, sale en su rescate. Así funciona.

Al menos la primera temporada de El Chapo está ampliamente documentada. Todas las acusaciones, vínculos y denuncias contra García Luna que se publicaron en revistas como Proceso, o en investigaciones como Los cómplices del presidente, de la periodista Anabel Hernández, se aprecian en la serie. La escena cuando ocurre el encuentro de García Luna con Guzmán Loera en una carretera de Sinaloa, está periodísticamente documentada.

La serie también nos convence de que todos los expresidentes (Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña, pero también López Obrador como entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y aspirante presidencial) tuvieron algo que ver con el narco y con Guzmán Loera, en mayor o menor medida. La “verdad” según Netflix es que el gobierno es genéticamente corrupto e incapaz, siempre negocia con el narco, siempre lo niega y siempre tiene a su servicio a un funcionario (Sol-Luna) que se encarga de intermediar con los criminales y hacer el trabajo sucio. Todo es muy creíble. Todos están embarrados. Nadie lo duda.

Uno de los valores-ideología que ya es posible identificar en los contenidos originales de Netflix, desde House of Cards, Marsella o Suburra, es que la política es un asco, pero la intriga palaciega es sumamente atractiva, fascinante para los espectadores que gustan de las temáticas políticas y, además, vende. El género de la narcoserie no sólo es violencia; no se sostendría sin el componente repugnancia-fascinación por la política que las plataformas de streaming han sabido desarrollar.

En el evangelio según san Netflix El Chapo es un criminal, pero la pobreza endémica de México lo moldea con sangre y barro, lo crea, lo justifica. Los políticos como Sol-Luna y los presidentes de México son peores que él: también son delincuentes. La apología de El Chapo, según Netflix, es que se trata un genio empresarial pero ilícito; los políticos arribistas, ineptos y fácilmente corruptibles se aprovechan del talento criminal, empresarial, logístico y hasta innovador del capo y utilizan los recursos institucionales del Estado para beneficiarse personalmente. La serie sugiere que el Estado mexicano, la DEA de Estados Unidos y el uso instrumental de los medios de comunicación crean, encumbran y se alimentan del Chapo, pero después ya no saben qué hacer con él cuando se les sale del huacal.

En la prédica de Netflix también destaca el documental de la actriz Kate del Castillo Cuando conocí al Chapo (2017), donde narra su encuentro con el enigmático narcotraficante. Kate tiene el mérito de que hace pública su versión de la “verdad” de ese encuentro, reúne testimonios y se contrapone a la maquinaria estatal y mediática del gobierno de Peña Nieto que exhibió sus comunicaciones privadas con Guzmán Loera. Sólo la flexibilidad del streaming pudo mostrar un documental con esas características.

A diferencia de Netflix que nos plantea su “verdad” a partir de la ficción, una mañana del 9 de diciembre de 2005 un noticiario en la televisión abierta, en lugar de investigar y ceñirse a los hechos, transmitió en vivo un montaje para capturar a supuestos secuestradores y liberar a sus cautivos, entre ellos la francesa Florence Cassez. Todo fue producido por García Luna cuando dirigía la Agencia de Investigación Federal (AFI). También en 2005, García Luna orquestó un teatrito para que las hermanas que habían sido secuestradas, Laura Zapara y Ernestina Sodi, “reconocieran” la casa de seguridad y a sus captores. A García Luna le decían El Guionista…

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