La llegada de 5G no sólo trajo consigo promesas de alta velocidad, baja latencia y uso para nuevas aplicaciones en múltiples industrias, sino también una serie desafíos y dudas que, aunque ya con menos frecuencia, todavía aparecen en debates públicos y privados. Uno de ellos, potenciado quizás por la influencia silenciosa de la pandemia, es el posible efecto nocivo de la nueva generación móvil sobre la salud humana. ¿Hay riesgo? La respuesta científica es que no o, al menos, que no hay indicios suficientes de que exista.
Las redes producen campos electromagnéticos de radiofrecuencia que se utilizan para transmitir información. Estos campos existen de distintas formas y se diferencian entre sí por su frecuencia. Los efectos de estos sobre el medio ambiente aumentaron a lo largo de la historia y, en ese contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) atendió la problemática y optó por evaluar su potencial impacto sobre las personas. El primer proyecto sobre el tema se hizo a mediados de 1990, específicamente en 1996.
El potencial impacto de 5G en todos los sentidos hizo a esta tecnología más protagonista que sus antecesoras en su momento de esplendor en ámbitos ajenos al sector. A esto seguramente deba agregarse un mayor consumo de noticias de salud a escala mundial por la Covid-19 en un cocktail de peligrosa desinformación a la sociedad. Lo cierto es que la relación entre salud y 5G fue eje de distintos estudios y ellos arrojaron que no hay prueba suficiente para alertar sobre posibles efectos nocivos.
Primero, “no hay ninguna base científica sobre ningún tipo de relación entre la transmisión del coronavirus y 4G, 5G o cualquier otro tipo de electromagnetismo”, señala la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). En una revisión más histórica, agrega, “a pesar de los extensos estudios sobre los afectos para la salud de los teléfonos móviles y estaciones base en los últimos dos o tres decenios, no hay indicios de que los campos electromagnéticos, por debajo de los niveles especificados por los organismos internacionales, supongan un mayor riesgo para la salud”.
El mismo organismo aporta que para todas las frecuencias de radio (0 a 300 GHz) se establecen a escala internacional umbrales máximos para evitar cualquier efecto nocivo sobre la salud. Esta aseveración ha sido defendida por distintos organismos y reguladores del sector en diferentes latitudes: “la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, de Estados Unidos) defiende que los niveles actuales de seguridad de radiofrecuencias son suficientes y que la red 5G no representa un riesgo para la salud”, recoge el Comité Científico Asesor de Radiofrecuencias y Salud de España (CCARS).
En 2020, la UIT publicó un documento en el que agrega información sobre esta situación. Allí recogió las nuevas directrices sobre protección de los seres humanos expuestos a campos electromagnéticos de radiofrecuencia por parte de la Comisión Internacional sobre protección contra la radiación no ionizante (ICNIRP). Dicha revisión arroja la misma conclusión: “(Las nuevas directrices) proporcionan información más adecuada sobre exposición a gamas de frecuencias más elevadas, por encima de 6 GHz, de particular importancia para redes 5G y posteriores. Cabe destacar que las tecnologías 5G no provocan daño alguno” según esta observación, dijo el Presidente de la comisión ICNIRP, Van Rongen.
¿Podemos estar tranquilos?
Entonces, ¿podemos estar tranquilos?, se pregunta un estudio de la CCARS sobre el tema. La respuesta es “sí, en función de las evidencias científicas disponibles” y con buena previsión para lo que viene, pues “cabe esperar que los niveles de exposición previsibles no cambien significativamente y, en tal caso no podrán superar los límites máximos permitidos que garantizan la salud pública”.
En otras palabras, indicios insuficientes de lo contrario permiten hablar de 5G como una tecnología segura para la salud. Nuevas revisiones previstas por los interesados prometen mantener en revisión el tema y despejar dudas de cara a la masificación de la –ya no tan nueva– tecnología.